La inmunidad humoral es la respuesta específica del sistema inmune en la que interviene el reconocimiento de antígenos y la producción de anticuerpos. A diferencia de la inmunidad celular, en la que los microorganismos y sus toxinas son atacados directamente por células, en la inmunidad humoral el ataque se produce con anticuerpos que inactivan y/o marcan los agentes potencialmente peligrosos para que sean destruidos.
La inmunidad humoral es parte de la inmunidad adquirida, también llamada adaptativa, y se activa en respuesta a un ataque específico. Al contrario que la inmunidad innata que es inespecífica y, aunque está activa de forma continua, es menos efectiva. La otra parte de la inmunidad adquirida es la inmunidad celular, o medida por células, en la que determinadas células del sistema inmunitario liberan toxinas para matar a los invasores sin la intervención de anticuerpos.
El termino «humoral» se debe a que en este tipo de inmunidad intervienen células que se encuentran en la sangre y la linfa, dos de los cuatro humores de la teoría humoral adoptada por filósofos y médicos de las antiguas civilizaciones griega y romana. Cuándo se comenzó a investigar sobre las respuestas inmunológicas en el siglo XIX aún había cierta influencia de estas teorías antiguas en la concepción de la enfermedad y la salud.
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¿Cómo funciona?
La inmunidad humoral comienza con el reconocimiento de antígenos extraños por parte de los linfocitos B (células que forman parte de los glóbulos blancos sanguíneos y que se producen en la médula ósea). Los antígenos son moléculas, principalmente de carácter proteíco, que se suelen situar en la superficie de los microorganismos, como virus y bacterias. Existen diferentes cepas de linfocitos B, cada una diseñada para reconocer antígenos específicos.
Cuándo se reconoce la presencia de un antígeno extraño, que no pertenece al propio organismo, las células B específicas apra ese antígeno se activan y se multiplican (expansión clonal) generándose multitud de células B que secretan anticuerpos específicamente diseñados para reaccionar con el antígeno detectado. Se puede decir que los linfocitos B se transforman en fábricas de anticuerpos en la sangre. Estos anticuerpos se unen a los antígenos para los que están diseñados y de esta forma el organismo invasor queda marcado y puede ser identificado para ser destruido por los fagocitos (macrófagos, neutrófilos, monocitos, etc).
Cuándo el invasor ha sido eliminado muchos de los linfocitos B producidos en respuesta al ataque simplemente morirán pero otros permanecerán en el cuerpo almacenados en la médula ósea, los llamados linfocitos o células B de memoria. Los linfocitos de memoria permiten poder actuar de forma más rápida en futuros ataques por el mismo agente invasor. Al nacer se cuenta con un conjunto de células B capaces de reconocer grupos amplios de antígenos comunes en determinados organismos que pueden ser una amenaza. Pero la inmunidad humoral es adquirida a medida que el sistema inmunitario se va exponiendo a virus, bacterias y otras sustancias dañinas. A través de estos contactos con agentes infecciosos el cuerpo va creando un arsenal de células B de memoria y se adquiere así inmunidad específica contra las enfermedades que producen.
Respuesta humoral primaria y secundaria
La primera exposición de las células B con un determinado antígeno se denomina respuesta humoral primaria. En los antígenos de naturaleza proteíca (la mayoría), se requiere la colaboración de las células B con los linfocitos T colaboradores (T-helpers), especialmente los linfocitos T CD4. En antígenos no proteícos (lípidos, polisacáridos) la respuesta humoral no requiere la participación de los linfocitos T, por ello se habla de antígenos T-dependientes y de antígenos T-independientes.
La respuesta humoral primaria es la que se produce la primera vez que un linfocito B se encuentra con un determinado antígeno y lo reconoce como potencialmente peligroso. Los linfocitos B, entonces, comienzan con una expansión clonal y diferenciación hacia una línea celular que:
- Primero secretan anticuerpos de tipo IgM (Inmunoglobulina M).
- Dependiendo de los estímulos presentes cambian a otro isotipo de inmunoglobulina, como IgG, IgA o IgE
- Maduración hacia anticuerpos más específicos con alta afinidad contra el antígeno
- Finalmente queda un remanente de la línea de células B producida que actuarán como linfocitos de memoria
En esta respuesta humoral primaria el pico máximo de anticuerpos se suele alcanzar entre los 5 y 10 días de la entrada en contacto con el agente extraño, suele haber una mayor producción de IgM sobre otros isotipos del anticuerpo y suelen ser necesarias altas dosis de infección para desencadenar la respuesta.
La segunda y posteriores veces que el organismo se enfrente al mismo agente agresor, este será reconocido y se producirá una respuesta humoral secundaria que se caracteriza por la activación de los linfocitos B de memoria. Esta respuesta es más rápida y se alcanza el máximo de concentración de anticuerpos aproximadamente en 3 días con una producción mayor de IgG (en algunos casos IgA o IgE) y menos de IgM, es decir, los anticuerpos tienen mayor afinidad por el antígeno. La dosis de agente infectante requerida para desencadenar la respuesta humoral secundaria suele ser menor y, además, dura más tiempo siendo la caída de anticuerpos en sangre más lenta.
Vacunación
Las células B de memoria son la base de funcionamiento de las vacunas. Con la vacunación se inoculan virus y bacterias que producen enfermedades pero se inoculan muertos o en formas inactivadas que no representan un ataque real pero que siguen teniendo la capacidad de estimular la respuesta humoral. De esta forma, si alguna vez en el futuro la persona vacunada se expone al agente virulento real, habrá una respuesta humoral secundaria rápida y eficaz que permita eliminar al patógeno antes de que pueda producir un daño serio.
Sin embargo, la vacunación no es igual de efectiva para todos los tipos de infecciones, bien por que no se haya conseguido fabricar la vacuna de forma óptima o bien debido a la propia naturaleza del patógeno y la respuesta inmune que desencadena. Por ejemplo, la vacunación contra la viruela a nivel mundial consiguió eliminar esta enfermedad y actualmente es considerada una enfermedad erradicada. Para algunos virus y bacterias que sufren mutaciones frecuentes, por el contrario, es muy difícil encontrar una vacuna realmente efectiva. La gente vacunada contra estos virus puede no estar inmunizada contra nuevas cepas que, al mutar, tengan antígenos diferentes que ya no sean reconocidos por las células B de memoria; esto es lo que ocurre, por ejemplo, con las vacunas contra la gripe.
Problemas y enfermedades relacionadas con el sistema inmune
Cuándo existen problemas en la inmunidad humoral, la persona es más susceptible de contraer y desarrollar ciertas enfermedades, como infecciones, alergias o enfermedades autoinmunes. Por ejemplo, el virus VIH (Virus de la Inmunodeficiencia Humana, el virus del SIDA) ataca directamente a células del sistema inmunitario (linfocitos T CD4) haciendo que la respuesta humoral sea menos funcional. La inmunidad humoral también puede verse comprometida por el uso de algunos medicamentos, como la quimioterapia para el tratamiento del cáncer o los fármacos inmunosupresores utilizados en trasplantes de órganos para disminuir las posibilidades de rechazo. En los pacientes con el sistema inmunitario deprimido cualquier tipo de infección ha de tratarse lo más rápido posible pues el organismo no puede luchar contra la infección por sus propios medios.
Las enfermedades autoinmunes son aquellas en las que el sistema inmunitario reconoce como cuerpos extraños a determinadas células propias. Por ejemplo, el 90% de los casos de anemia perniciosa se debe a una reacción autoinmune contra el factor intrínseco o contra las células parietales de la mucosa gástrica que lo producen; el factor intrínseco es imprescindible para la absorción de la vitamina B12, vitamina cuyo déficit produce anemia (vea Anemia perniciosa en MedLine).
Las alergias también son una forma de alteración del sistema inmunitario pues se deben a una reacción contra sustancias que no representan una amenaza real y contra las que la mayoría de la gente, en condiciones normales, no desarrolla ningún tipo de respuesta inmunológica.