Según la teoría monoclonal del desarrollo del cáncer, este se produce cuando en una célula se ha producido una serie de mutaciones en genes que participan en el control de la proliferación celular dando lugar a una línea monoclonal de células malignas que crecen sin control formando el tumor y que pueden invadir otros tejidos. Estas mutaciones o alteraciones genéticas pueden producirse por la acción de agentes cancerígenos (radiación ultravioleta, radiactividad, algunas infecciones víricas, etc), por error en la replicación del ADN o, incluso, pueden ser heredados.
Según la teoría clásica del desarrollo del cáncer, cuándo estas mutaciones se daban en alguna célula aparecería cáncer. Sin embargo, esto no siempre es cierto sino que el organismo cuenta con métodos de reparación y control de estas células y las investigaciones actuales se centran en el llamado microambiente (microenvironment) de las células que presentan las mutaciones cancerosas como determinante en el desarrollo del cáncer. Es en este microambiente dónde entra en juego la inflamación como factor de riesgo.
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¿Qué es la inflamación?
En condiciones normales la inflamación es una poderosa arma de nuestro sistema inmune. Es una respuesta aguda, agresiva, rápida e inespecífica contra microorganismos y cuerpos extraños que penetren en nuestro sistema con el objetivo de aislarlo y destruirlo rápidamente, evitar daños al tejido sano e iniciar el proceso de reparación. La inflamación sólo ocurre en tejido conectivo vascularizado y sus síntomas más característicos son el dolor e hinchazón.
En la respuesta inflamatoria participa el sistema vascular local y células del sistema inmune, especialmente granulocitos, con la mediación de moléculas llamadas mediadores de la inflamación (entre ellos citocinas). La inflamación también se puede producir por quemaduras, congelación, radiación ionizante, lesión tisular, toxinas, sustancias químicas irritantes, reacciones de hipersensibilidad y autoinmunes.
Cuándo la inflamación se mantiene durante un período prolongado, se habla de inflamación crónica. La inflamación crónica puede persistir durante semanas, meses e incluso años y se caracteriza por la simultánea destrucción y reparación de tejido. La inflamación persistente está detrás de muchas enfermedades crónicas, como psoriasis o artritis reumatoide, y puede provocar daños serios.
Relación con el cáncer
La primera persona en plantearse una posible relación entre la inflamación y el cáncer fue Rudolf Ludwig Karl Virchow (más conocido como Rudolf Virchow. 13 de octubre de 1821, Schivelbein, Pomerania, Prusia – 5 de septiembre de 1902, Berlín). Virchow centró gran parte de sus investigaciones en la inflamación y, al observar leucocitos en tejido tumoral, se planteó una posible conexión entre inflamación y cáncer.
Esta relación se fue planteando cada vez más firmemente entre la comunidad científica. Por ejemplo, se observó que enfermedades que cursan con inflamación crónica, como la pancreatitis o la enfermedad de Crohn, aumentan notablemente el riesgo de padecer cáncer. Esta relación estadística también se observó en enfermedades infecciosas que producen inflamación, tales como hepatitis o infección estomacal por Helicobacter pilori.
Se había comprobado que la señalización celular por citocinas inflamatorias promovían el desarrollo de cáncer pero no fue hasta el año 2008 cuándo se comprobó por primera vez la relación directa entre inflamación y cáncer. En ese año, científicos estadounidense demostraron que la inflamación crónica provocaba daños en el ADN que conducían al desarrollo de cáncer en un experimento con ratones.
Posible mecanismo
No se conoce el mecanismo exacto por el que la inflamación crónica provoca cáncer. El pensamiento más extendido actualmente es que las células cancerosas se ayudan de la respuesta inflamatoria para su crecimiento, lo que finalmente conduce al desarrollo de cáncer.
Nuestro organismo cuenta con mecanismos de reparación de ADN y de inducción de la muerte celular en células dañadas que no pueden ser reparadas. Cuándo este mecanismo falla, un pequeño tumor puede comenzar a gestarse compuesto por unas pocas células. Estas células crecen y se dividen demandando cada vez mayores cantidades de oxígeno y nutrientes. En un momento dado, las células cancerosas liberan señales químicas que atraen a macrófagos y granulocitos, células del sistema inmune presentes en la respuesta inflamatoria.
Las citocinas liberadas por los macrófagos y granulocitos en el interior del tumor promueven el desarrollo de vasos sanguíneos (angiogénesis) que servirán para llevar el oxígeno y los nutrientes que demandan las células cancerosas. Otras citocinas inducen la formación del estroma que sustenta al tumor.
Además de este efecto de «soporte al tumor», en la respuesta inflamatoria se generan multitud de radicales libres, sustancias que pueden dañar aún más el ADN de las células cancerosas. En conjunto, se podría decir que el daño en el ADN celular es el origen de una célula cancerosa y que la inflamación apoya y acelera su desarrollo hasta convertirse en cáncer propiamente dicho.
Actualmente la inflamación, dentro del estudio del microambiente tumoral, es uno de los principales campos de investigación contra el cáncer, no sólo como posible tratamiento sino también como medida importante de prevención. Muchos hábitos de vida producen niveles bajos pero constantes de inflamación que pueden aumentar el riesgo de padecer riesgo. Destacan la alimentación (vea el factor inflamatorio de alimentos (IF rating)), el tabaco, el alcohol y el estrés, de ahí que se ponga especial atención en estos aspectos como medida preventiva.
De hecho, un reciente estudio ha revelado una posible conexión entre un mayor consumo de fibra en la dieta y protección de la función pulmonar precisamente gracias a la disminución de la inflamación4, causa frecuente de enfermedades pulmonares crónicas, por ejemplo EPOC, que constituyen un mayor riesgo de padecer cáncer.